martes, 18 de diciembre de 2018


CARTA ABIERTA AL SEÑOR EMBAJADOR…

Excmo. Sr. D., o mejor, Querido Arturo: Al principio, titulas tu charla TÍPICOS TÓPICOS TÁCITOS, pero luego llega “el Tío Paco con la rebaja” y la terminas encabezando VOY A CONTAR MI VIDA.
            Como dice Vicente en tu presentación, parece más el título de la canción del francés Raphaël Haroche que la charla de un diplomático, pero… ¡es igual! Con voz suave, desgranas todo tu recorrido ‘a lo largo y ancho de este mundo’ contando tu camino, anécdotas de todo tipo, situaciones en las que interviene la Ley de Murphy, conocimiento de personajes variopintos -Diego “El Cigala”, el expresidente Bill Clinton y otros muchos- en fin, disertación que podía aventurarse como aburrida, pero que no lo es en absoluto, al menos, no para mí porque me entero del cometido de esa profesión en sus dos vertientes: política -embajador, propiamente dicho- y administrativa -cónsules y otros cargos- que, según desprendo de tus palabras, para ti es la más gratificante pues te permite estar más cerca de los compatriotas residentes en el país para resolver sus dudas y allanarles caminos; además, la guinda es que explicas el motivo de la estancia en el mismo lugar durante un tiempo previamente marcado: poder transmitir con  imparcialidad esas informaciones recibidas a las autoridades de la nación que representas.
            ¿Sabes lo que envidio? Tus viajes por el mundo ¡con lo que me encanta esa actividad para ensanchar horizontes! pero eso ¡NO DEPENDE DE TI!
            Excmo. Sr., digo, amigo Arturo que, ni eres Caballero de la Tabla Redonda ni rey ni mucho menos, muro como puede reflejar  tu identidad, mil gracias por la casi hora y media de disertación que nos transmite la voz de tu experiencia.


Y…LA CENA POSTERIOR…

…hoy no es en la Residencia de Estudiantes sino en el Restaurante “Pazo Coruña” -situado detrás del Colegio del Pilar en el barrio del Niño Jesús- al que me acerca en su coche José Manuel Bretón  junto con dos compañeros -el trayecto, no largo, para mí, muy cómodo.
Llegados al lugar, José Manuel se convierte en mi cuidador particular y no me deja solo ni un instante ¡Muchísimas gracias!
            En la mesa, enorme, somos bastantes. Me siento de cabezota ¡uy! de cabecera; a mi izquierda, Enri ¿que? “oso” pardo al que noto moreno aunque es de noche y, a la derecha, mi “segurata” ayudante ¡Qué nivel!
            De primero, entrantes variados: Pastel de cabracho, pulpo a feira, croquetas de jamón y crujiente de langostinos. De segundo, aunque Vicente me aconsejó pecado, lleva más pimentón y pido entrecot. José Manuel se decanta por la merluza y, a pesar de que alienta a los “pescaderos” a empezar el pescado porque se enfría, como le lanzo un S.O.S. imprevisto hacia mí, no se lo piensa y me va troceando la carne poco a poco; “Tú cena tranquilo que yo voy a tu ritmo”, me dice;creo que su merluza la termina fría. Mientras, la conversación entre los próximos y no tanto fluye cual un hilo sin fin, distendida y agradable como siempre. De postre, tarta de la casa y café o infusiones, más, de final, los ‘chupitos’ con o sin alcohol; de esos, no participo. La sobremesa se alarga bastante y yo salgo a fumar durante pocos minutos, pero aguanto sin demasiado cansancio hasta el último instante en el que, al irnos despidiendo todos os alegráis de ver que me voy recuperando lento, pero firme y, lo repetiré infatigable: “Vuestro apoyo desde mayor o menor cercanía en el contacto me está siendo provechoso, no lo dudéis”.
            José Manuel Bretón Dellmans se monta en el coche; yo, de copiloto; Jesús Marciel, detrás; le dejamos en su casa y, a continuación, mi escolta me acerca a la mía, no yéndose hasta que no me ve montado en el ascensor.
            La mejor forma que tengo de acabar estas líneas es: Desde que nos encontramos la primera vez, te tuve afecto, José Manuel, pero, a partir de hoy, te llevo un poco más dentro del corazón.



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