viernes, 24 de abril de 2020

RESONANCIAS MAGNÉTICAS


RESONANCIAS MAGNÉTICAS

Tenía cita, ayer, para hacerme una. Tanto Laura como yo pensamos que será de cervicales para ver cómo están casi cuatro años después de mi operación por estenosis medular; es por la tarde a última hora, por lo cual, la mañana transcurre como cualquier otra, eso sí, con la seguridad de tener que comer antes, pues, previamente a la prueba, debo de estar ¡6 horas! en ayunas ¡qué le voy a hacer sino cumplir con la norma! 
Después, cuando es momento de marcha ¡al hospital que nos vamos! Al llegar, menos mal, es corta la espera pues, enseguida nos avisan.
Al ser resonancia de cervicales, ni me hacen desvestirme; gracias, porque la temperatura de la sala es, más bien, fresca al entrar, frescor que pronto se esfuma. Así las cosas, me ayuda la radióloga a subir a la máquina, sujeta mi cabeza con un duro collarín y vuelvo a preguntarme ¿no era de cervicales? ¡No! Es de cráneo. Me da un timbre... para avisar si acaso me ocurre algo y en el dedo índice izquierdo me coloca una especie de pinza, quizá para ir controlando mi frecuencia cardíaca y me da dos tapones para los oídos pues, los imanes de aparato lo que producen son ruidos de distintas frecuencias e intensidades, pero ¡¡ESTRIDEEEEEENTES!! a más no poder, que, para mí, son los peores, por lo que los tapones me sirven de, prácticamente, NADA; sin embargo, tengo que sufrirlos sí o sí. Acto seguido, me introduce en la máquina y me habla con voz no imperativa: "Tiene que permanecer muy, muy quieto porque, si se mueve lo más mínimo, hay que empezar de nuevo la prueba". Y yo, como el genio de la lámpara de Aladino, pienso: "Escucho y obedezco".
Cierro los ojos para abstraerme lo más posible y... ¡a aguantar la paliza sonora!


  
         ¡¡¡Aaah, por fin concluyen 30 minutos de tortura!!! -digo para mis adentros-; la radióloga ha salido y, cuando vuelve, me espeta: “He hablado con su mujer porque ya no tengo más pacientes, y la he comentado que si le parecía bien, le hago la resonancia cervical, ya que han venido y así no les hago volver otro día. Ha asentido, de manera que, por eso, he regresado; así que, por favor, túmbese de nuevo”.
Y yo, que estaba tan contento, pienso: “Mi gozo en un pozo ¡vaya! No me queda otra que continuar”. La radióloga empieza por decirme: “Son 20 minutos más, total…” y, resuelta, me coloca justo debajo de la barbilla, en el inicio del pecho, un aparato auxiliar -nada liviano, por cierto- que, debo de soportar, cómo no, inmóvil durante la exploración que, espero, deseo y, sobre todo, confío en que no se le ocurra, por aquello de “ya puesta…, así practico”, hacerme otra más del dedo gordo del pie izquierdo o, a saber de qué parte de mi ya maltrecho esqueleto.
Por suerte para mí, el final de la segunda exploración es el fin de un largo suplicio postural -50 minutos que me han parecido 5000-; por descontado, ella me tiene que ayudar a ponerme de pie, sujetándome ligeramente porque no me mantengo seguro y, además, me noto bastante aturdido y gracias que, no he de vestirme pues, si lo debiera de haber hecho, doy con mi cuerpo en  el santo suelo de baldosas y, probablemente, me hubiese dañado alguna zona más.
En definitiva, una experiencia bastante, muy dura para el físico, pero que, veinticuatro horas más tarde, la mente me permite contar, creo que con suficiente lucidez.

miércoles, 1 de abril de 2020

CORONAVIRUS


Como alma que llevan mil demonios, olisqueando banquete a lo lejos, recorre muy veloz y sin complejos  olas y tierras, afina su armonio ordenando el pensar asaz complejo. Notando que al oeste se aproxima, apréstase muy firme a la batalla, ve seguro el triunfo con cizalla, inicia lucha que vidas suprima. Resulta la estrategia convincente. Une a los enemigos en el frente: salvar la vida es el fin preferente.