Ayer, donde tomo café, vi a una joven pareja con su hijita de no más de tres años. Se fijaron en mí al observar que entraba con dificultoso andar y eso propició su pregunta, en cierto sentido indiscreta, pero, sin duda, llena de curiosidad. Les conté someramente mi caso y se asombraron. Acababan de regresar del hospital donde su nena, por un virus, había sufrido un ataque epiléptico e incluso perdido un instante la conciencia y, por lógica, estaban preocupados, así que, les tranquilicé lo más que pude, pero verme fue lo que más les calmó.
A Laura le pedí luego que les enseñara la foto de mi
lesión; entonces, sí que se quedaron pasmados y…con más sosiego que, para mí,
tras todo lo hablado, fue lo importante…mi obra buena del día.
Hoy, voy a comprar tabaco. Al salir del estanco, una
señora me mira y me suelta: “¡Si no
fumara, andaría mejor!”; me sorprende tanto su frase que me impide
contestarla de inmediato: “¡Usted qué
sabrá por qué ando mal, meticona!”. Sin embargo, a continuación, pienso: “Si le hubiese dicho lo que se merecía,
habría perdido toda la razón” pues la habría respondido con palabras fuertes;
así, fue una ‘piedrecilla’ de la mañana.
Además, aseguran dos refranes: “¿Quién hace caso de
medios días habiendo días enteros?” “A palabras necias, oídos sordos” o, con un
lenguaje más rimbombante, “A palabras incongruentes, Trompas de Eustaquio en
estado de interceptación”.
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