El Día de la Comunidad hubiera sido un 2 de Mayo más para Laura y
para mí de no tener una particularidad que lo hizo destacar.
Por la tarde,
regresamos de dar un paseo; entramos en el portal, abrimos el ascensor y
presiono el botón de nuestro piso; vamos de pie como cada vez. La cabina
arranca, pero… a unos sesenta centímetros del suelo, debe ‘pensar’: “Es fiesta, necesito descansar aunque sea un
rato”. Y, naturalmente, se detiene sin consultarnos. Nos deja encerrados y
de pie. De inmediato, doy al botón de alarma, responden desde la central que
mandan a alguien.
Mientras, sale
un vecino y otro y otro que ayudan como pueden. El primero nos sugiere llamar a
los bomberos, algo que ya Laura intenta, consigue y, tras ello, la voluntad de
los de fuera, sigue colaborando; las puertas de la cabina, abiertas y una de ellas
en ángulo agudo con su carril. Entre todos logramos abrir la silla para yo
poder estar sentado y no cansarme.
Reposo lo suficiente -está anocheciendo- y, con horas por delante,
me preparo para ‘la que se avecina’ dado que hoy, aunque los operarios están ya
trabajando en el asunto cuando salimos temprano, he de bajar andando los cuatro
pisos; de todas formas, tengo muy buen sabor de boca por el doble logro. Al
regreso, está resuelto el problema y podemos salir una segunda vez ¡menos mal!
Son las dieciséis horas y, acabando
de escribir el relato, vuelvo a escuchar la alarma. Otra vez idéntica “movida”
a la nuestra ayer, con diferente protagonista.
Me faltan adjetivos para descalificar a los ¿reparadores?
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